
Al igual que Ítaca[1] nos regaló un viaje, la lectura de este libro nos regala, de manera similar, una panorámica de la Arquitectura –de la general, con mayúsculas a la particular, la del aula y del día a día- desde un enfoque vocacional.
Puede sonarnos extraño pero, si lo pensamos bien, es el principal enfoque que podría tener ya que deberíamos considerar la arquitectura como un servicio a la sociedad. Servicio que, tal y como refleja el libro, se ha perdido en pos de otros atributos adquiridos a lo largo de la historia y que nos ha llevado –sin contar con otros elementos externos- a la situación actual de la profesión.
Y que ese conocimiento de nuestra evolución nos sirva para no repetir los mismos errores y beneficiarnos de dicho conocimiento.
El releer sobre la actitud de servicio que conlleva nuestra profesión buscando su necesidad y productividad para resolver problemas o mejorar el día a día de la sociedad en la que se integra es por todos sabido. Y de igual manera, por todos olvidado.
Somos los organizadores del mundo. Nuestra visión global nos hace expertos organizadores e intermediadores de diferentes interlocutores a la hora de gestionar, diseñar , construir y llevar a buen puerto procesos urbanos, edificatorios y sociales. Y se nos llena la boca vendiendo nuestros méritos.
Como bien indica el arquitecto español Campo Baeza a modo de poesía, un Arquitecto es un Pensador, alguien que idea construcciones. Es un soñador, es un artista, es un técnico. No es un compositor de formas, no es un simple compositor de materiales; no es alguien frívolo y arbitrario. [2]
Pero en cuanto llega el momento de enseñar, de transmitir a los arquitectos del futuro, todo ello se desvanece. No somos capaces de reflejar en nuestros planes de estudio todas esas características que nos hacen únicos –quien no ha escuchado la constante duda de que a cual de las grandes ramas del estudio, ciencias o letras, había que ubicar al estudiante de Arquitectura – desdibujando en unos planes de estudio la posibilidad de crear arquitectos al servicio de la sociedad y no artistas del humo, de la imagen fácil dentro de una sociedad ocularcentrista[3] que olvida e idolatra una imagen hasta que le toca vivir en ella.
Planes de estudio[4] que nos hacen disgregar los diferentes componentes de un proceso, como es el de la ideación, dibujo y construcción, en diferentes elementos que parecen camarotes estancos de un gran buque como es la Arquitectura. En vez de tener una combinación de todos ellos, un laberinto de caminos que relacionaran los diferentes conocimientos, nos empeñamos en separarlos y aislarlos bajo el amparo de una especialización necesaria debido al desbordante número de incipientes alumnos que, desde el momento que empiezan a cursar la carrera, ya son arquitectos que pueden dar soluciones a las necesidades varias que se les presentan.
Esa formación segregada – artistas versus técnicos- es desgranada en el libro de una manera tan reconocible que da miedo. Y no alardeo de hacer diferente o de intentarlo. Pero el ver reflejados planes de estudio de una manera tan clara y el leer hacia donde nos puede llevar nos obliga irremediablente a una reflexión personal primero y global después para intentar , si es que nos parece correcto el planteamiento que se nos hace en este discurso, transmitir a nuestros compañeros –alumnos hoy- esas ideas globalizadoras de nuestra profesión frente a la especialización que se nos plantea como la mejor solución.

Y que no se trata de desechar la especialización. Sino de ser capaces de tener –y no desdeñar como elemento fundamental- una visión global de los diferentes componentes de la Arquitectura aunque tengamos predilección –y así lo reflejen nuestros estudios – por una o varias partes de esa globalidad. Pero sin desdeñar el resto y , mucho menos, obviarlos o tratarlos como de segunda categoría.
Porque al final esas migajas que desdeñamos nos dejan en un segundo plano a la hora de la verdad y se nos comen la merienda por especializarnos sin comprender que en la globalidad de nuestro conocimiento esta nuestra fortaleza y nuestra capacidad de saber que, aunque conocemos todo tenemos que buscar la mejor manera de desarrollarlo colaborando con aquellos que dentro de su globalidad hicieron de una parte un desarrollo superior.
Al final, esas carencias, esa formación sesgada, acaban saliendo a la luz y denuncian la falta
de base de la escuela de la que han salido. Como indica Miguel Fisac a sus
sobrinos, “A las escuelas se les puede, y se les debe, exigir que proporcionen
los conocimientos necesarios para ser Arquitecto”[5]
[1] Poema de Konstantino Kavafis (1863-1933) . “Ítaca” es una de sus piezas más celebradas. Aunque era de nacionalidad griega- nacido en Alejandria, Egipto- , su obra no fue publicada hasta 1948 y traducida al inglés hasta 1951.
[2] Campo Baeza, Alberto. Quiero ser Arquitecto. Fundación Arquia 2015, Barcelona.
[3] Como dirá el Arquitecto finlandes Juhani Pallasmaa : “El ojo conquista su papel hegemónico en la práctica arquitectónica , […]. El observador se separa de una relación de encarnado con el medio ambiente a través de la supresión de los otros sentidos , en particular por medio de extensiones tecnológicas de los ojos y la proliferación de imágenes”. Los ojos de la piel. Juhani Pallasmaa. Wiley-Academy, Chichester (West Essex), 2005. Editorial GG, Barcelona 2006
[4] Podemos analizar los planes de estudio en el trabajo recopilado por los compañeros de CREARQ (consejo de representantes de estudiantes de Arquitectura) en su página web : http://crearq.es/planes-de-grado/
[5] Como el mismo indica en su libro: “En esta carrera es indispensable, como no podía ser de otra manera, aprender las disciplinas filosóficas, técnicas y artísticas que han de servirnos como herramientas para su práctica…”
Fisac, Miguel. Carta a mis sobrinos (estudiantes de Arquitectura).
Edición Fundación Miguel Fisac. 2007 Colegio de Arquitectos de Ciudad Real. (ed. Bilingüe)
Reseña escrita por Javier Álvarez Atarés con la colaboración de Ediciones Asimétricas.
