
Cuando en 1516 Thomas More publicó Librillo verdaderamente dorado, no menos beneficioso que entretenido, sobre el mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía[1], no pudo imaginar la repercusión que le vendría encima al término ‘utopía’. La adjetivación de ‘utópico’ hace referencia a lo ideal y por tanto, imposible de realizar. La búsqueda de la utopía es una labor tan quimérica como política: encontrar una civilización perfecta (como de la que nos habla More en su libro) tiene implicaciones en el modelo de gobierno y es necesaria la crítica social. La utopía no es sólo la proposición de una sociedad perfecta en un espacio perfecto, sino una problemática entre lo colectivo frente a lo individual, entre lo simultáneo y lo complementario, entre lo imposible y lo irrealizable.

La arquitectura utópica/soñada/imaginada/bucólica/del papel[2] es muestra de la necesidad teórica que precisa la disciplina para sustentarse; una necesidad que en el fondo es un hambre de filosofía, de pensamiento y de reflexión. La utopía permite un acercamiento fenomenológico a la comprensión de una obra –sea cual sea su naturaleza– permitiendo distinguir entre lo esencial y lo accesorio. Partir de este acercamiento ontológico[3] es la vía para conseguir una arquitectura plena, en tanto en cuanto el viaje hacia lo utópico es el método hacia lo ideal.
La concepción utópica de la arquitectura –en el más puro ejercicio de reflexión y teorización personal[4]– es un tanto contradictoria. El término ‘arquitectura utópica’ es un oxímoron: la arquitectura son marañas de cables en una pared agrietada, terrazas que se cierran ilegalmente para ampliar el salón, ascensores que se estropean cuando llegas con las bolsas de la compra, habitaciones desordenadas donde suena el despertador cada día… Pero ¿hasta qué punto es arquitectura el dibujo en el papel de la misma? La arquitectura utópica es la inmaculada concepción de la arquitectura, es el origen de la arquitectura, pero no es arquitectura. Paradójicamente, la arquitectura solo sería plenamente utópica si ésta no se despegara nunca del papel. Los proyectos perdidos entre las páginas de la historiografía tendrán una mayor o menor influencia en la disciplina, pero no serán nunca arquitectura. Los dibujos utópicos son otra cosa: un viaje a ninguna parte y a la vez un ejercicio hacia muchos sitios.

Plantear arquitectura de naturaleza utópica trasciende su mera representación bidimensional en el papel. Sus pretensiones son cognitivas: el dibujo es utilizado como medio de difusión de conocimientos, anhelos e inquietudes. Así, cuando el dibujo se torna utópico, éste se vacía de causalidades y actúa como soporte sobre el cual fundamentar unos ideales teóricos. Es interesante pensar que las posibilidades que ofrece el dibujo de la arquitectura exceden los límites establecidos tanto por la realidad de la disciplina como por las ortodoxias estilísticas[5] de la época. La libertad conceptual que ofrece pegarse al papel posibilita un acercamiento a la crítica de una manera propositiva plena, sin efectos paralizantes ni anestesiantes del pensamiento. De este modo, la utopía se convierte en el método de formalización del pensamiento para alcanzar la verdadera arquitectura, método que permite proyectar sin ruidos blancos de fondo. Esta vía hacia la verdad no se plasma como un simple anhelo academicista, sino con la intención última de truncar los preceptos arquitectónicos (pre) establecidos. En otras palabras, afrontar el ejercicio proyectual desde la utopía, permite encontrar el concepto mismo de arquitectura y, por tanto, alcanzar la arquitectura propiamente dicha[6].
Esta entusiasmada exploración hacia un saber verdadero y autónomo la llevaron a cabo nombres como Boulée, Cook, Hilberseimer, Piranessi, Sant’Elia o Tange. Los principios arquitectónicos de lo utópico son catarsis formales y conceptuales que buscan del carácter último de los edificios, su germen, su esencia: la concepción primera de la arquitectura mediante la ruptura con el dogma de la realidad y a través de la poética del espacio. Prácticamente, lo irrealizable. La utopía.
José Luis Martínez Martínez | DTF magazine
[1] Libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus, de optimo rei publicae statu deque nova insula Utopia, en su título original.
[2] Y una sarta de adjetivos cada cual más pretencioso que el anterior.
[3] Término utilizado por Juan O. Cofré-Lagos, Filosofía de la Obra de Arte, enfoque fenomenológico. (Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1990), 137.
[4] Es importante señalar que la mayoría de los proyectos utópicos carecen de una finalidad clara. Las motivaciones que llevaron a arquitectos y arquitectas a hacer estas propuestas no tienen promotor, parcela, presupuesto y normativa; el objetivo último es teórico.
[5] Y sus siempre estériles discusiones de tratados y movimientos.
[6] «La arquitectura poética, o la arquitectura propiamente dicha, es un artificio más del cosmos, que no imita con obligada torpeza los objetos naturales sino su poética o modo de hacerse.» Antonio Miranda, Columnas para la resistencia. (Madrid: Mairea Libros, 2008), 115. Citado por Javier Benavides Álvarez en “Arquitectura visionaria: la utopía dibujada.” Estoa (Revista de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca), vol. 8, no. 16 (2019): 62.