
Habitualmente los aniversarios suponen la celebración -puntual- de un hito histórico o representativo que conviene rememorar. Suelen ir acompañadas de eventos más o menos trascendentes que permiten volver a poner el foco en algo que, de lo contrario, podría ser olvidado por el imaginario colectivo.
El High Line es, sin embargo, la antítesis de esta realidad: un espacio urbano de uso diario, con una repercusión que trasciende con mucho la precisión de una fecha. Su aniversario, sin duda algo a celebrar, no es sino la constatación de un proyecto surgido de la nada que, a base de constancia -buena mano- y una magnífica gestión, ha conseguido situarse como referente del urbanismo en el siglo XXI.

El décimo aniversario del High Line nos permite poner en perspectiva un proceso urbano de gran complejidad. Desde sus inicios, la recuperación de la antigua línea elevada de ferrocarril que conectaba con el Meatpacking District supuso un reto para muchos de quienes vivían en la zona; así, tras su organización formal, y las primeras tomas de contacto con instituciones y políticos, el proyecto del High Line no solo consigue el respaldo social, sino también institucional.
Salvando las inevitables distancias en la gestión y concepción de un proyecto de estas características desde la perspectiva europea –el proyecto High Line pasará a ser gestionado de manera privada con inversiones procedentes de la plataforma “Friends of High Line”– el éxito y la repercusión de la propuesta son, aun a día de hoy, objeto de multitud de estudios socioeconómicos y urbanísticos que tratan de analizar los vectores principales de su aceptación y popularidad.

Pese a todo lo anterior, desde el propio High Line se entiende que la popularidad -por otra parte resultado inequívoco de su emplazamiento en pleno corazón de Manhattan- no lo es todo. La repercusión derivada en el alza de los precios de la zona, con una consecuente gentrificación que ha llevado a empresas como Google o Samsung a instalar sus sedes en el antiguo “distrito de la carne” también preocupa. La propia organización “Friends of High Line” asesora y colabora con otros proyectos de similar vocación en Norteamérica, a fin de mejorar y aprender de cada uno de los procesos urbanos en los que se participa, tratando de mejorar y reducir de forma significativa la afección a los colectivos más vulnerables, habitualmente los primeros desplazados por el “éxito” de este tipo de iniciativas urbanas.
Lo cierto es que, con sus luces y sombras, tanto la forma de impulsar el proyecto desde el movimiento vecinal de quienes vivían en la zona, como la manera en la que posteriormente se ha gestionado a través de sus propias instituciones creadas ad hoc, el modelo High Line supone un auténtico referente a escala internacional sobre la potencialidad de este tipo de reutilización y áreas públicas en espacios de infraestructuras, producción industrial o logística caídos en desuso.
Vídeo explicativo del proyecto High Line:
Artículo escrito por: Alejandro López Parejo