Recuperar la consciencia en la acción doméstica
En estos días de encierro, los que estamos acostumbrados a pasar el día entero fuera de casa, de repente nos vemos confinados en un espacio al que no le hemos dedicado ninguna atención. Prisioneros de nuestro propio desarraigo, sin posibilidad de airearlo, deberemos convertir nuestra jaula en refugio. Como dice la canción de Dionne Warwick, a house is not a home, una casa no es un hogar. Pero, por fortuna, toda casa y todo espacio, es hogarizable. El hogar no es tanto una etiqueta que asociamos a un espacio como un estado, en continua construcción, de seguridad, comodidad, soberanía y cariño que experimentamos en un espacio.
Para convertir nuestra casa anodina en hogar sólo tenemos que rescatarla de la cotidianeidad donde la hemos instalado. Para ello, arrojemos a nuestro cautiverio una mirada consciente, capaz de aniquilar el pasado y de devolvernos la novedad, de sanar la erosión del tiempo y la mordida de la rutina para brindarnos la pureza del primer encuentro. Porque la consciencia significa una devoción que se ve correspondida con la manifestación de lo grandioso que hay en todas las cosas por triviales que parezcan. Esta actitud, aplicada a los enseres de la vivienda, a sus muros, a sus elementos, nos generará una fascinación con el lugar donde habitamos y se revalorizará a nuestros ojos y no por méritos impostados sino por los merecidos y latentes de todos sus rincones. En otras palabras, debemos recuperar la consciencia en la acción doméstica.

Al recobrar la autoría en el gesto maquinal de la limpieza, elevamos los objetos así mimados a un nuevo orden. Despertamos a los muebles dormidos como escribió Bachelard. Los cuidados caseros lúcidos nos empujan a reconocer la casa cuyo mantenimiento y orden hemos durante tanto tiempo delegado en la costumbre o en otras personas. De ahí la fascinación que experimenta Rilke cuando en ausencia del servicio, él mismo, “magníficamente solo”, lustra los muebles y le escribe a Benvenuta: “me sentía conmovido como si allí sucediera algo, no sólo superficial, sino algo grandioso que se dirigía al alma: un emperador lavando los pies de unos viejos o San Buenaventura fregando la vajilla de su convento”.
Dignifiquemos la casa en todas sus partes, una a una, con detenimiento, esmero y paciencia y pronto se volverá un hogar. Nos granjearemos la amistad que hay en todas las cosas y no seremos ya prisioneros sino reyes de un pequeño trozo de mundo.
Guillermo Esteban Avendaño | DTF magazine