Fuego / Hogar / Vela
Wishing to hearten a timid lamp
great night lights all her stars.[1]
Tagore
En el anterior artículo de esta serie hablábamos de explorar la arqueología de la imagen del hogar para poder experimentar así el bienestar en toda su intensidad. Existe un fenómeno que nos permite ese viaje y que ha acompañado a la humanidad desde sus inicios: el fuego. Al agazaparnos hoy a su alrededor, nos encontramos reunidos en torno al exacto mismo fenómeno que alimentaba entonces la vida del hombre primitivo. En su contemplación, nos comunicamos con la “vida anterior”[2], vivimos el pasado colectivo de la humanidad y de “los primeros fuegos del mundo”[3], como escribió Bachelard.
El progreso y la prisa han expulsado al fuego de nuestras vidas, perdiendo la belleza de la penumbra y el claroscuro, así como la reflexión meditativa que produce su contemplación. Stevenson lamentó la desaparición de los faroles de gas en las ciudades, que las iluminaban a saltitos al ritmo del sereno frente al progresivo atardecer, contrastando enormemente con el fogonazo de la novedosa luz eléctrica. Escribió: “esta luz sólo debería caer sobre los asesinos o los criminales políticos o iluminar los pasillos de los manicomios: para el horror, hecha para hacer aumentar el horror”[4]. En parte del casco histórico de Zagreb, a día de hoy aún se mantienen las farolas de gas y se puede recorrer siguiendo al encargado de encenderlas cada noche con su pértiga.

En el interior de la casa, un simple gesto con el dedo enciende el interruptor y nos traslada de golpe a un universo iluminado y frío. Bachelard echa en falta, como Stevenson, una progresión dramática y participativa del espacio de tinieblas al de luz:
Encendiendo la vieja lámpara, podía uno siempre temer alguna torpeza, alguna desventura. La mecha de una noche no es, ciertamente, la de la noche anterior. Encendida sin cuidado, seguramente tiznará: Si el tubo no está bien derecho, echará humo. Hay que saber otorgar a los objetos familiares la amistad atenta que merecen.[5]
El fuego ha desaparecido incluso de lo que se consideraría su bastión, las cocinas, siendo sustituido por vitrocerámicas mudas e insulsas. Fuera de esta zona de la casa, ya había sido relegado a altares cada vez menores, aprisionado en chimeneas planas y decorativas, puramente visuales. Pallasmaa lo ha bautizado acertadamente como “el fuego frío de la casa moderna”[6], el cual alcanza su máxima expresión y frialdad en la Chimenea en tu hogar de Netflix: temporadas enteras de lumbre crepitante y ensordecedora pero completamente helada.

Sin embargo, incluso domesticado, la contemplación atenta del fuego mantiene toda su intensidad. Los actos se habrán modernizado pero las ensoñaciones tienen raíces demasiado antiguas y profundas, “el inconsciente no se civiliza”[7]. En la noche, apagaremos la televisión y las luces de la casa y encenderemos una vela. Su llama tímida y disciplinada iluminará la estancia, recuperaremos los mil matices de la sombra a nuestro alrededor y si acercamos la mano o el rostro, experimentaremos el calor real del fuego, en la piel, delante de nuestros ojos, no oculto en radiadores blancos e impávidos. Si con nuestro aliento temblara la llama, todo el cuarto se vería sacudido. El espacio y nosotros nos reencontramos con esa pequeña criatura luminosa a la que el ser humano le debe tantos bienestares. Atentos ante la vela, recobramos y atizamos este fenómeno que ha sido enfriado en chimeneas y televisores o desterrado de la vivienda actual.
Al mismo tiempo, bajo la luz mitigada e indecisa del pabilo, las sombras de la habitación aniquiladas por la dureza de la luz eléctrica vuelven y dotan al espacio de una belleza olvidada. Tanizaki en su maravilloso libro El elogio de la sombra, escribía:
“Creo que lo bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por yuxtaposición de diferentes sustancias. Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra”[8].
Al apagar las luces y encender las velas traeremos de vuelta el fuego y la belleza de la sombra a la vida moderna para dialogar con la sensación hogareña y añeja del refugio. Si tenemos suerte y se ve cielo, las poderosas estrellas acompañarán nuestra humilde llama. Y si se presentara opaco de nubes o cargado de lluvias, incluso mejor, pues como escribió el pintor Maurice Vlaminck: “el bienestar que experimento ante el fuego cuando el mal tiempo cunde, es todo animal. La rata en su agujero, el conejo en su madriguera, la vaca en el establo, deben ser felices como yo”[9]. El fuego enciende en nosotros la capacidad de hacer de la casa un hogar.

Guillermo Esteban | DTF magazine
Imágenes
Cortesía de www.imgur.com / Elaboración propia / Cortesía de la artista. Ig: @anamunozestepa.
Bibliografía
BACHELARD Gaston, La poética del espacio, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1965.
BACHELARD Gaston, La llama de una vela, Ed. Titivillus, 1961.
BACHELARD Gaston, El psicoanálisis del fuego, Alianza Editorial, Madrid, 1966.
BENJAMIN Walter, El parís de Baudelaire, Ed. Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2012.
PALLASMAA Juhani, Identidad, intimidad y domicilio. Notas sobre la fenomenología del hogar, 1994.Ensayo recogido en el libro Habitar, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 2016.
TAGORE Rabindranath, Poems, https://www.poemhunter.com/i/ebooks/pdf/rabindranath_tagore_2012_10.pdf [última consulta 13/04/20].
TANIZAKI Junichiro, El elogio de la sombra, Ediciones Siruela, Madrid, 2009.
[1] Traducción: Con el fin de alentar mi tímida lámpara / la vasta noche enciende todas sus estrellas, TAGORE Rabindranath, Poems, https://www.poemhunter.com/i/ebooks/pdf/rabindranath_tagore_2012_10.pdf [última consulta 13/04/20] pág. 50, poema: Fireflies.
[2] BACHELARD Gaston, La llama de una vela, Ed. Titivillus, pág.30.
[3] BACHELARD Gaston, Op. Cit. Pág. 7.
[4] STEVENSON Robert Louis, Virginibus Puerisque and Other Papers, Londres, pág. 192, A Plea for Gas Lamps, citado por BENJAMIN Walter, El parís de Baudelaire, Ed. Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2012, pág. 109.
[5] BACHELARD Gaston, Op. Cit. pág.62.
[6] PALLASMAA Juhani, Identidad, intimidad y domicilio. Notas sobre la fenomenología del hogar, 1994.Ensayo recogido en el libro Habitar, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 2016, pág. 32.
[7] BACHELARD Gaston, La poética del espacio, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1965, pág. 39.
[8] TANIZAKI Junichiro, El elogio de la sombra, Ediciones Siruela, Madrid, 2009, pág. 69
[9] BACHELARD Gaston, La poética del espacio, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1965, pág. 93-94.