Solo desde el entendimiento de dónde venimos y la reflexión hacia donde queremos llegar, conseguiremos apostar por un modelo que se adapta a la realidad social y cultural, frente a la homogeneización sistemática de los espacios públicos «dirigidos», definidos por la movilidad a motor y el consumo ilimitado
Durante las últimas semanas hemos publicado varios artículos sobre la importancia del urbanismo y la arquitectura como catalizador de actividad y cohesión en distintos lugares. Oficinas como Paisaje Transversal trabajan en esta línea, buscando siempre la colaboración de quienes viven en el entorno en el que se va a actuar. Sin embargo, no hemos entrado a hablar de manera algo más concreta sobre el lugar donde se desarrollan la mayoría de estas propuestas: el espacio público. ¿Qué es el espacio público en el siglo XXI, y sobre todo, cuál es el modelo que queremos seguir?
Quizá la pregunta anterior parezca fácil de responder: el espacio público es todo aquello que no implica el espacio privado. Nuestras calles, plazas, parques, dotaciones públicas e incluso infraestructuras de comunicación y transportes podrían ser consideradas, entre otras, áreas públicas de alguna manera. Sin embargo, la realidad de cada país y de cada zona del mundo hace que estos espacios, a priori muy ligados a nuestra percepción cultural, varíen sustancialmente.

Desde el espacio público tradicionalmente concebido como lugar de encuentro y desarrollo de actividades económicas de la Antigua Grecia, hasta la actualidad, tanto el modelo social como de consumo han cambiado radicalmente. Además, cada cultura, muy relacionada originalmente con sus limitaciones y características meteorológicas y geográficas, ha desarrollado históricamente maneras muy diversas de generar ese “espacio público”. En Roma, la Plaza de España es un espacio de estancia, en un modelo que podríamos entender como “europeo” del espacio público: plazas de escala intermedia, conectadas con calles de sección variable, pero en las que poco a poco los distintos medios de transporte han ido interviniendo y adaptando el espacio. Es el espacio público programado gradualmente desde la ciudad medieval hasta la actualidad (cada vez más). Al contrario, en otros lugares del mundo el espacio público sigue siendo un reducto de la propiedad privada. Ciudades como Tokio son buen ejemplo de ello, donde conviven el modelo occidental, con plazas y avenidas en las áreas institucionales y de oficinas, con infinitos barrios residenciales donde lo público es apenas un sendero entre las propiedades privadas.
Tampoco hace falta cruzar medio mundo. En Marrakech, y en buena parte de las antiguas medinas, el espacio público también resulta algo similar. Se trata de un reducto a lo imprescindible, con una gran plaza de intercambio y comercio, a la que se llega a través de pequeñas callejuelas, espacios de tránsito que siguen esa misma línea de reducción a lo imprescindible. Mientras que en Japón la ausencia de grandes espacios abiertos responde a criterios de eficiencia espacial, en estos casos responde más a cuestiones climatológicas, algo que también podemos ver en diversos pueblos y cascos antiguos de ciudades españolas.

Sin duda, estas variaciones definen y fomentan distintas formas de vivir y entender lo común, muy ligadas, como decíamos a cuestiones ajenas a la población como la meteorología, pero también a su cultura y su forma de relacionarse. El espacio público es el lugar que, en buena medida, define lo que somos como sociedad, el área de aprendizaje y aceptación común de la diversidad, y precisamente por ello, donde se producen las reivindicaciones y los grandes cambios sociales.
En estos días en los que el pisar el espacio público parece casi un sueño, quizá merezca la pena pensar, como arquitectos y urbanistas, qué aporta nuestra visión a lo común, y sobre todo, cómo esa visión puede ser útil de la mano de quienes lo viven día a día, sus vecinos y vecinas. Ahora que se habla de una nueva forma de entender el futuro, con sociedades que quizá cambien en muchos aspectos de aquí en adelante, quizá sea el momento de pensar ese cambio entendiendo que lo que venga en el futuro no será sino el resultado de nuestra inercia cultural (muy diversa, como hemos visto en cada caso) y de nuestra reflexión presente sobre lo que queremos que sean nuestras ciudades y pueblos.

Solo así, desde el entendimiento de dónde venimos y la reflexión hacia donde queremos llegar conseguiremos, precisamente ahora, apostar por un modelo que se adapta a la realidad social y cultural de cada zona del mundo con criterios comunes de habitabilidad y calidad, frente a la homogeneización sistemática de los grandes espacios contemporáneos «dirigidos», definidos por la movilidad a motor y el consumo ilimitado. Como arquitectos es nuestra labor humanizar el espacio de la mano de quienes lo viven día a día, teniendo en cuenta las especifidades y características que lo hacen único en cada lugar del mundo.
Imágenes: Tokio-Felix Fuchs, Nueva York-Shwan Xu, Roma-Victor Malyushe, Marrakech-Jean Carlo Emer. Fotomontajes: elaboración propia.
Alejandro López Parejo | DTFmagazine