La Arquitectura condensa situaciones, las propicia, genera el escenario que permite que sean fijadas en nuestra memoria. El espacio condiciona lo que en él ocurre en función de sus características y de sus condiciones, porque hay una relación intrínseca entre el entorno que nos rodea y nuestro comportamiento.
Es por eso que una conversación de amor nunca será la misma si se produce en un autobús en hora punta o en un chiringuito tranquilo junto al mar. Tal es la capacidad del entorno: impacta en nuestras vidas, en nuestras relaciones y en nuestros actos, como se describe en este artículo del Anuario de Psicología 2005, titulado La apropiación del espacio: una propuesta teórica para comprender la vinculación entre las personas y los lugares de los autores Tomeu Vidal Moranta y Enric Pol Urrútia, de la Facultat de Psicologia Universitat de Barcelona
La búsqueda del bienestar a través, también del diseño de nuestros entornos construidos, es una aspiración de todas las sociedades, que de manera más o menos explícita en función de los valores a ensalzar en cada momento histórico, han generado espacios para estar mejor, para estar bien.

La arquitectura como elemento de protección y refugio está siempre en los capítulos de los orígenes de la Arquitectura. Sin embargo, el poder de cuidar, el potencial cuidador del espacio no ha sido un concepto tan interesante para los estudiosos, y ha quedado tradicionalmente más relegado. Quizá porque los cuidados han formado parte de la esfera privada de la vida, de lo doméstico, siempre ubicados en un segundo plano, mientras que la arquitectura, en su papel representativo, ha ostentado orgullosa el privilegio de su presencia y visibilidad, casi siempre pública.
Una arquitectura que cuida puede ser descrita como aquella que mantiene, que promociona lo bueno, que atiende a sus usuarios, que los asiste, ofreciéndoles aquello que necesitan, guardando y conservando lo mejor de lo que ocurre en un espacio.
Ese espacio que actúa como un cuidador pasivo, como “el tercer cuidador”, será capaz de generar en dichos usuarios, experiencias, sensaciones y memorias agradables y satisfactorias, o al menos, de mitigar las percepciones negativas, a través de una serie de categorías que nos afectan sensorialmente, como la luz natural, la iluminación, el confort acústico, el diseño biofílico, la ergonomía, el color, la armonía de formas, etc.
Proponemos poner especial atención a los espacios que acogen usuarios vulnerables, tales como bebés, niñas y niños, personas enfermas, personas mayores, afectadas por algún trastorno mental, en situación de reclusión, personas en proceso de duelo, sin recursos, con alguna diversidad funcional o personas con un alto estado de ansiedad o estrés.
Lo que supone llegar al total de la población, ya que todas las personas, en un momento u otro de nuestras vidas, pasamos por alguna de estas circunstancias. Me gusta ver la universalidad de la Arquitectura desde este prisma, porque nos supone un compromiso social y profesional para abordar los proyectos y búsqueda de soluciones de una manera diferente, con una mirada distinta, con un propósito de trascendencia a través de la arquitectura, también colectivo.
Para ello, proponemos una observación alternativa de la realidad, en la que dejemos de mirar momentáneamente las oportunidades de arquitectura más monumental e icónica de museos, bibliotecas y viviendas frente a paisajes sublimes, para prestar atención a entornos cotidianos que conocemos a través de nuestras experiencias personales, y poder mirar la realidad más cercana con la capacidad transformadora que nos ofrece la Arquitectura.
Podemos hacer zoom en nuestras ciudades, barrios y pueblos, para entender la vida en común y los espacios en los que se produce.
Podemos abrir nuestra memoria y nuestros recuerdos a nuestros colegios, para revisar aquello que, con lo que sabemos ahora, podría mejorarse, para que las niñas y los niños vivan en los centros educativos experiencias eficaces de aprendizaje en entornos idóneos.

Podemos escuchar a nuestros familiares cuando nos relatan los episodios vitales de nacer, o de morir, y ponerle condiciones físicas adecuadas, para que la dignidad abrace esos momentos, para después aplicarlo a edificios.
Podemos poner el foco en aquello que nos mueve, que nos toca las entrañas, el estómago, para abordar sus problemas y soluciones con toda la batería de medidas e ingredientes arquitectónicos que aprendemos en las Escuelas de Arquitectura.
La Arquitectura como un fin en sí mismo, o como una herramienta que nos permite escalar otras metas aparentemente menos glamourosas o publicables, pero que inciden directamente en las vidas de algunas personas al entender sus necesidades físicas, sensoriales y emocionales, dando respuestas desde nuestra querida disciplina. Eso es cuidar desde la Arquitectura de la experiencia, de las personas y para las personas.
Y bajo la ya incuestionable sostenibilidad como elemento original, de origen, “para empezar a hablar”. Como un “must” que debe estar ahí, igual de incuestionable que la estabilidad de las estructuras, la durabilidad de los materiales o la accesibilidad.
Porque la Arquitectura también puede sumar –de hecho, siempre lo hace- a su proceso creativo y constructivo, unos determinados valores personales y colectivos, conectando con las emociones y aportando una percepción positiva para el fin que se destina.
Y en esta búsqueda del bienestar, del equilibrio saludable tanto físico como emocional, los espacios en los que se producen “cuidados”, dan sentido a nuestro trabajo, a nuestros objetivos profesionales.
Como decía Winston Churchill en 1943, “damos forma a nuestros edificios, y luego los edificios nos dan forma a nosotros”, porque queramos o no, la arquitectura cala, queda, trasciende, se significa en nuestras vivencias.

Marta Parra y Ángela Müller son arquitectas y expertas en arquitectura sanitaria.
Marta Parra / Ángela Müller | DTFmagazine